Comentario
Monarca prudente y verdadero burócrata coronado, Jaime II fue rey de Sicilia hasta la muerte de Alfonso III, lo que explica que asumiese la herencia política de Pedro III el Grande (1276-1285), es decir, ampliar el dominio catalano-aragonés sobre el Mediterráneo occidental (eje insular Baleares-Sicilia-Cerdeña con ramificaciones en el Norte de África, Murcia y el Mediterráneo oriental).
Una inicial alianza con Castilla frente al bloque Anjou-Francia-Papado le reportó importantes frutos como el singular tratado de Monteagudo (1291), por el que Aragón y Castilla proyectaron sobre el Magreb los antiguos repartos de territorios islámicos peninsulares de los tratados de Cazola (1179) y Almizra (1244), y la conquista de la estratégica Tarifa (1292). Desde 1293 Jaime II perdió el apoyo castellano, de modo que tuvo que solucionar la guerra abierta con angevinos y franceses en el tratado de Anagni (1295), por el que renunciaba al dominio directo de Sicilia y Mallorca a cambio de la paz con el Papado y Francia, de ventajas comerciales y de la investidura sobre Córcega y Cerdeña (1297-1299). El tratado de Caltabellota (1302) terminó de consolidar la virtual hegemonía mediterránea del Casal de Barcelona -reinante en la Corona de Aragón, Mallorca y Sicilia-. A esta solidaridad dinástica insular Jaime II añadió en 1319 la proclamación de la indisolubilidad de la Corona. La exitosa expansión mediterránea de la Corona de Aragón prosiguió con el vasallaje de los reyes musulmanes de Túnez, Bugía y Tremecén y la legendaria conquista de los ducados griegos de Atenas y Neopatria por los almogávares de la "Compañía Catalana" al servicio de Bizancio (1302-1311). Jaime II culminó esta política con la difícil ocupación de Cerdeña (1323-1324), convertida desde entonces en la verdadera pesadilla de los monarcas catalano-aragoneses.
En la Península Jaime II aprovechó la crisis castellana para ocupar el reino de Murcia, uno de los objetivos seculares de la Corona de Aragón (1296), del que logró retener definitivamente la parte norte (Alicante-Elche-Novelda) en los tratados de Ágreda-Torrellas (1304). Desde 1308 fue renovada la alianza con Castilla, que se materializó un año después en el apoyo catalano-aragonés a una gran cruzada castellana contra Granada. Jaime II ayudó a Castilla a conquistar Gibraltar (1308), pero fracasó en una gravosa campaña contra Almería (1309).
En el interior, el monarca abordó importantes reformas. Transformó las Cortes en órgano legislativo y de gobierno, creó funcionarios reales como el vicecanciller y el protonotario, y depuró la administración mediante encuestas trienales (desde 1311) a los funcionarios públicos (Purga de Taula). Jaime II mantuvo una sorda pugna con la levantisca nobleza aragonesa, celosa de sus derechos, de la injerencia catalana y proclive a las alianzas con Castilla. Entre 1291 y 1301 la alianza con Sancho IV y el respeto a los fueros aragoneses mantuvieron la paz (salvo durante la campaña de Murcia en 1296). Con todo, la creación de una sede arzobispal en Zaragoza exclusivamente aragonesa indica que las diferencias entre Cataluña y Aragón se acentuaron durante su reinado. El brillante Jaime II murió en 1327 después de haber convertido la Corona de Aragón en una potencia de primer orden en el panorama internacional.
El reinado de Alfonso IV el Benigno (1327-1336) estuvo determinado por la guerra de Cerdeña y los problemas sucesorios surgidos de su matrimonio con Leonor de Castilla. Esta unión permitió una primera etapa de paz entre ambas Coronas que se rompió cuando los infantes Fernando y Juan recibieron grandes posesiones en la frontera de Valencia, lo que suponía desmembrar el reino y convertir a los hijos de la reina en potenciales amenazas para la estabilidad de la Monarquía. Esta dotación a costa del heredero Pedro condujo al enfrentamiento entre éste y la reina. El conflicto se agudizó a la muerte de Alfonso IV (1336). Leonor se refugió en Castilla apoyada por Alfonso XI y Pedro IV el Ceremonioso alentó a los nobles castellanos rebeldes. Este conflicto cesó en 1338 al dominar Alfonso XI a sus nobles y orientarse Pedro IV hacia los problemas en el Mediterráneo.
En política exterior el reinado de Alfonso IV (y el de su hijo Pedro IV) se centró en dos objetivos: el dominio de Cerdeña frente a Génova y la reintegración de Mallorca y Sicilia. En el conflicto sardo la Corona de Aragón compaginó la guerra abierta con la actividad de corso patrocinada por las ciudades marítimas y Mallorca, dependientes del suministro de trigo de Cerdeña. Sin un claro vencedor, en 1336 se puso fin a un conflicto que perjudicó económicamente a toda la zona. Esta agotadora guerra naval agudizó los primeros síntomas de la gran crisis que azotaría poco después a la Corona de Aragón. Las carestías sufridas en 1333 bautizaron premonitoriamente esta fecha como "lo mal any primer".